miércoles, 19 de agosto de 2009

Las polémicas de Tindaya y Praileaitz [Gara]

Iñaki ARZOZ


Como un bumerang vuelve a nuestra tierra la polémica de Tindaya. Aquel proyecto de monumento que el escultor vasco ya anciano dejó a la posteridad ha sido reactivado y cuestiona las prácticas de cierto arte de vocación monumentalista y la exportación de nuestra marca artística ‘de lo vasco’.

Al mismo tiempo que las instituciones canarias reactivan el proyecto en el que ya llevan gastado un buen dinero (42 millones de euros) y grandes dosis de persuasión, el librito de Jesús Giráldez “Tindaya: el poder contra el mito” (Libreando, 2007) desgrana en sus incisivas ochenta páginas los datos esenciales de lo que entonces y ahora parece un despropósito. La historia de cómo una propuesta artística -crear un cubo vacío de 50 metros de la lado en el interior de una montaña-, se ha convertido en una operación especulativa de gran envergadura económica y alto riesgo cultural y ecológico.

No obstante, se ha hablado de todos los aspectos cuestionables como el negocio privado de la traquita y del turismo, de la conservación de los grabados podomorfos de la montaña, de su inviabilidad técnica, de la sordera democrática de las instituciones, etc., pero menos del aspecto artístico de la polémica. Chillida, cuando no era presa de la prepotencia, puso tres condiciones para llevarlo a cabo: que la obra se realizara tal como la soñó, que el pueblo canario la aceptara y que la montaña no sufriera perjuicio. Y parece como que si estas (imposibles) condiciones se cumplieran, el monumento de Chillida tendría, al fin, sentido...

Pero, siendo los problemas señalados por científicos y ecologistas suficientes para rechazar el proyecto, los problemas estéticos no le van a la zaga. Para los artistas la verdadera cuestión que les interpela es: ¿Tiene sentido en el siglo XXI un proyecto faraónico de estética tardomoderna, concebido por un artista desaparecido -un ‘Chillida sin Chillida’- que pretende explotar la idea del vacío vasco como kitsch turístico?

A estas alturas no vamos a negar la calidad de Chillida, pero hay una gran distancia entre la sensibilidad y el encaje medioambientales de, por ejemplo, “El Peine de los vientos” y Tindaya. En la actualidad un monumento de tales implicaciones que no incluya como parte de su proceso creativo cuestiones ecológicas y sociales resulta obsoleto. El land art nos ha enseñado a crear obras discretas, que se sumergen o dialogan con el paisaje, o efímeras, cuyo único testimonio es la documentación gráfica. Por otro lado la idea misma de monumento convencional ha de ser cuestionada como manifestación de la ideología del horror vacui y de la corrupción estética al servicio de los mensajes del poder. El verdadero monumento no es ya la instalación de un coloso público sino la transformación social, relacional, de la mirada de los ciudadanos. Y en este aspecto, el propio proyecto de monumento de Tindaya y su polémica asociada es ya más monumento contemporáneo que la propia consecución superflua y redundante del mismo. Tindaya, por otra parte, era y es desde hace 1500 años, una obra de arte de la percepción simbólica de los aborígenes majoreros y no necesitamos de una dudosa operación artístico-turística para disfrutarla.

Actualmente también está sobre la mesa la polémica sobre la cueva de Praileaitz I, la ‘cueva del chamán’, una joya de nuestra prehistoria en la que se han encontrado pinturas y colgantes magdalenienses de extraordinario valor. La cantera sobre la ladera amenaza la integridad de la cueva y de posibles hallazgos futuros. Y aquí, curiosamente son las instituciones las que se muestran reticentes a la hora de proteger nuestro patrimonio cultural o de financiar debidamente la continuidad de las excavaciones. En Tindaya una gran cantera interior de traquita amenaza con abrir en canal la montaña a mayor gloria del turismo. En Praileaitz es una cantera de simple grava la que desde el exterior amenaza con arruinar el útero de vacío chamánico de la cueva. Nuevamente la cuestión del vacío, en términos de estética vasca, es pertinente y no está de más recordar la crítica de Oteiza contra la gigantomaquia y su valorización de los pequeños vacíos del cromlech microlítico -a escala humana- para un ser humano espiritualmente maduro. Y, en esta época, la gran vaciedad sacralizada del megamuseo como templo del turismo espectacular es lo único que puede ofrecernos el cubo de Chillida en Tindaya.

Es una buena noticia que en ambos casos, Tindaya y Praileaitz, hayan surgido manifiestos críticos en el ámbito de la cultura vasca. Quizá sea un síntoma de que estamos aprendiendo a recoger bajo un enfoque activista ese bumerang que lanzamos los creadores. En puertas tenemos la polémica del nuevo Guggenheim en Urdaibai mientras, más allá del arte, arrecia el debate del TAV. A partir de ahora, de Tindaya a Praileaitz, en la era del calentamiento global, hemos de estar a la altura del reto ético y estético que plantean los proyectos megalómanos que en nombre del arte desafían a la naturaleza.

Publicado en el Suplemento Mugalari de GARA. 6.8.2009

1 comentarios:

Otro Torrejón dijo...

Adelante con la lucha contra esta aberración.
Solidaridad con la movilización del pueblo majorero, desde la ciudad castellana de Torrejón de Ardoz.